martes, 23 de diciembre de 2008

TE LO PEDIMOS, SEÑOR

Hemos leído en el suplemento Domingo el reciente reportaje sobre el posible desalojo del Café Ayllu, en Cusco, y es como si hubiera recibido un latigazo en la nuca.

En las punas de Cusco, durante las heladas, vi languidecer carneros blanqueando los ojos. Nadie los socorría en aquellos páramos. Sólo la niebla los cubría con su frazadilla ligera. Y ese desamor, la lobreguez que cunde al reparar que algo se acaba de la manera más deplorable, es lo que siento ante esta situación.

En el Ayllu recitábamos "El Credo" en Quechua con mi compadre Pancho Atawpuma, de Q'eros, ante un celestial ponche de habas con ayrampo. Fue allí donde develamos con el pintor Luis Palao Berastain sus dib
ujos que acompañarían la edición bilingüe de la poesía de Kilku Warak’a. Allí, en el Portal de Carnes, corregí mis poemas sobre los lienzos de la Escuela Cusqueña y, entre los concurrentes mestizos, presentí al Anónimo de La Catedral, al Maestro de la Compañía. Desde allí, con Ricardo Valderrama y Oswaldo Chanove, escuchamos el tañido de la María Angola que se oye a cinco leguas a la redonda. Y allí conocí, de chico, a Luis Figueroa –pionero del cine peruano– con esa estampa de sonero cubano, y a Raúl Brozovich, poeta, viejo arcángel cascarrabias. Y allí, el pintor Manuel Gibaja –subrepticiamente sentado detrás del mostrador de maicillos– solía bocetar los rostros más subyugantes. Y es del Ayllu del que le hablé al poeta José Emilio Pacheco que, finalmente, aceptó la invitación de ir a Cusco. Le conté que junto a la Basílica Catedral había un café frecuentado por los feligreses del orbe. "Es nuestra Catedral" le dije.

Y ahora, cerrarán el entrañable Ayllu para rentarlo a un café transnacional.

Es legítimo que la arquidiócesis –dueña del local– quiera acrecentar sus caudales. Y yo no soy nadie para descolgar el zurriago con el que Jesús echó a los mercaderes. "¡Más valdría, en verdad, que se lo coman todo y acabemos!", diría Vallejo. Pero no.

Como un peatón más de la Cuesta de los Afligidos, invoco al arzobispo y a sus adjuntos todopoderosos; al Señor de Los Temblores, humilde y desabrigado: no cierren el Ayllu, sus señorías; te lo pedimos, Señor.
http://www.larepublica.com.pe/content/view/255098/

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