martes, 23 de diciembre de 2008

¿QUIÉN PODRA DEFENDERNOS?

Cuando viajo a otras ciudades en el Perú suelo buscar también esos espacios. Aparte de ir a los mercados del pueblo o ciudad, me fascina ir a los bares o cafés a buen recaudo del neón y la mal entendida modernidad limeña adoradora del concreto y las lunas polarizadas. Pues bien, en la Plaza de Armas del Cuzco o Wacaypata (para satisfacer el corazoncito incásico de mis amigos) el Café Ayllu es un lugar al que he ido siempre y en donde me he sentido particularmente feliz. Buen café y exquisitos dulces, buena atención de los mozos, bonita música, buen ambiente, linda vista de la Plaza y sobre todo mucha historia.
Hace unos días Juan, un chofer con el que trabajo llevando gringos hacia sus hotelazos 5 estrellas, me dio una funesta noticia: Van a cerrar el Café Ayllu y en su lugar pondrán un Starbucks. ¡Mamacha del Carmen! ¿Qué hemos hecho para merecer esto?, pensé de inmediato. De pronto, mil imágenes brotaron en mi mente al ver el inicio de la realización de mis peores pesadillas.

Luego leí una buena opinión de un periodista a quien siempre me gusta leer: Roberto Ochoa en su columna “Aquicito nomás” en la República expresando sus ideas precisamente, y de paso confirmando la triste noticia, sobre el cierre del Ayllu.

Pues bien, como se ve creo que al señor Ochoa le afecta el cierre del Ayllu por los mismos motivos, o al menos por cosas parecidas: cierto romanticismo, cierto candor que encontramos en lugares así, cierto “espíritu de resistencia” en estas “barricadas sentimentales” frente a la aplanadora de la “modernidad” que nos alcanza y a la que hay que acomodarse para que al menos nos deje algunos huesos sin mella. Pero también, y sobre todo, por confirmar, una vez más, que a nosotros, peruanitos de corazón, las luces de neón y las palabras extranjeras nos parecen civilizadoras, nos hacen modernos, mejores.

Pude sonar demasiado simple pero creo que hay muy poco por hacer ante esto. Máxime si se tiene en cuenta que quienes han decidido la venta de este lugar a la poderosa transnacional son los mismos dueños acuciados por el apuro monetario del Arzobispado del Cusco, al fin y al acabo en la libertad absoluta de decidir sobre sus bienes.

Ya es un poquito tarde para quejarse. Después de tanta discoteca a media cuadra de la misma plaza, de tanto restaurante, de tanto artefacto plástico alterando la armonía (no sólo incaica ojo, que una cosa impresionante en Cuzco es también la mixtura occidental – andina en su arquitectura, por más que no se quiera aceptarlo del todo) de un lugar impresionante como es la plaza cuzqueña. El inquilino ya estaba dentro hace mucho y no podemos sacarlo.

Quizás el lamento es porque el Ayllu sí representaba, en mi opinión, uno de los últimos lugares (para algunos era medio huachafo, para otros muy hermoso) sin mucha afectación para satisfacer a los gringos y sin mucha estridencia para parecer “moderno” y donde se podía tomar un cafecito bueno para bolsillos pequeños. Ahora, seguro volveré al Ayllu, o al local, más por la vista que por otra cosa, aunque sé que el café me costará el cuádruple y que no me conseguiré un pastelito delicioso, con sabor ajeno a todo estándar, con algo de encanto casero, si se quiere manual.

Y si bien uno no puede decidir sobre lo que una persona o institución puede hacer con sus bienes lo que sí se puede hacer es poner el grito al cielo no por chauvinista que un café o un restaurante no debe significar el “non plus ultra” de la identidad de un pueblo sino por despertar la conciencia adormilada, soporífera, estúpida de nuestras autoridades. Son ellos los que al menos podrían hacer una cosa mínima por salvaguardar los lugares más bellos e históricos que tenemos de la contaminación visual, sonora, etc. Se legisla sobre discotecas, sobre bares pero, ¿qué se hace sobre la defensa del patrimonio cultural en nuestras ciudades?

Por eso siempre viene la UNESCO a decirnos que Machu Picchu y Arequipa (para usar un ejemplo urbano) serán sacados de su lista de Lugares considerados patrimonio de la humandidad y por eso siempre estamos parchando por partes el tremendo estropicio, sin solucionar el problema. Por eso siempre somos como un equipo de fútbol mediocre: luchando para no ser descendido a segunda división y celebrando cuando nos quedamos en primera así sea por puntos. Hay que ver cómo es que nuestras autoridades respiran aliviados cuando la UNESCO nos dice que por este año no nos bajan el dedo.

Si con Starbucks y Mc Donald´s queremos creer que vamos a atender mejor a nuestros visitantes la cosa va peor que bus interprovincial. Para calibrar un poco el asunto me di el trabajo de comentarles esta noticia a todos los pasajeros con los que día a día trabajo. No hubo ni uno solo, ojo, ni uno, que se mostrara feliz con la idea. Vienen de casa para escapar de eso y lo primero que encontrarán en “el ombligo del mundo” (qué pésima traducción de la palabra Qosqo ¿no?) es un puntito verdiblanco con esa especie de sirenita pelilarga y dulcemente coronada diciendo “Welcome back home, darling”. Cuando estamos en el área de comidas del aeropuerto ningún pasajero ha tenido una opinión favorable de esos lugares, era notorio ese mohín de molestia, de sorpresa infeliz por ver Starbucks y Dunkin Donouts a primera vista. Y eso en un lugar “moderno” como el aeropuerto de Lima, hay que imaginarse como zapatearán esos hígados norteamericanos cuando los vean en el Wacaypata.

A este paso cuando queramos subir al Huayna Picchu imagino que el cuadernito que controla las entradas y salidas nos será ofrecida por Mickey Mouse levantando la mano con su estúpido y contaminante saludo. ¿Somos nosotros mismos, nuestros peores enemigos?.

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