martes, 23 de diciembre de 2008

EL "AYLLU" SE VA

Primero fueron los alarmantes rumores: ¡cierra el “Ayllu”!, ¡problemas con el local! Después la confirmación de la noticia en uno que otro periódico de Lima, pero todavía de manera aislada. En estos momentos, una ola de preocupación que ha saltado a todos los medios, incluida la televisión nacional, y que se ha traducido en una campaña por Internet para que el Arzobispado del Cusco, propietario del local, revoque su decisión de rescindir contrato a este tradicional café. ¿Por qué tanta gente, no solo de Cusco, lamenta el cierre del “Ayllu?

En este mundo globalizado, posmoderno, se conoce como ciudades genéricas a aquellas que cada vez se parecen más unas a otras. Tienen aeropuertos en lo sustancial parecidos, centros comerciales calcados de un lugar a otro y que encima ofrecen las mismas marcas, multicines que pasan solo películas de Hollywood, los mismos edificios de autocad por todas partes y las famosas franquicias en las plazas y avenidas más céntricas: McDonalds, Pizzas Hut, Kentuckys y, más recientemente, Cafés Starbucks. Se trata de ciudades que han perdido sus señas de identidad, su ambiente peculiar, los pequeños detalles que podrían distinguirlas como un mercado, una vieja estación de ferrocarril, una botica que todavía conserva estantes de otro siglo y enormes frascos de vidrio, etc. En lugar de eso, están orgullosas de ser como cualquier otra ciudad, tan semejantes a otras que uno podría intercambiarlas de lugar en el mapa y no pasaría absolutamente nada.

En el otro extremo, están las ciudades históricas, esas que a lo largo de los siglos se fueron labrando un rostro propio, irrepetible, y que por lo mismo valoran cada una de sus edificaciones y también la cultura viva que se desarrolla en torno a ellas. Son ciudades que, debido a sus valores arquitectónicos, han pasado a ser consideradas patrimonio de toda la humanidad, lo que no significa otra cosa que el deber de velar por su conservación.

El Cusco, que duda cabe, pertenece a esta categoría de ciudades y, por lo mismo, merece un tratamiento especial de sus autoridades, pobladores y de los empresarios que quieran invertir en él. Sin embargo, además de los peligros que a menudo atentan contra su monumentalidad y que de sobra conocemos como la demolición de sus antiguas casonas para dar paso a deslucidas construcciones de vidrio y cemento, existe otro que socava lenta pero persistentemente la esencia de la ciudad. ¿A qué nos estamos refiriendo?

Los pasos agigantados con los que caminamos hacia un nuevo orden mundial, que sociólogos como el español Vicente Verdú llaman “capitalismo de ficción” pues está regido cada vez más por el poderío de las industrias del entretenimiento y el enseñoramiento de la realidad virtual, han traído una amenaza insospechada a las ciudades históricas: el que estas terminen convertidas en una especie de enorme parque de atracciones o de estudio de cine que existe solo en función del turista.

El primer síntoma de este proceso, que se presenta ya en el Cusco de manera irrefrenable, es que las ciudades históricas dejan de ser un lugar de residencia de sus vecinos, quienes dejan sus antiguas viviendas a hoteles, restaurantes, agencias de viajes, tiendas de artesanías, museos, todo de un lujo que resulta prohibitivo para la población local. El siguiente paso, para completar el paquete turístico, es que la ciudad ofrezca los mismos servicios a los que el turista está acostumbrado en casa. Es así como por doquier, hasta en los lugares más emblemáticos, proliferan los McDonalds, señal inequívoca de que la antigua urbe histórica forma parte del mundo posmoderno del capitalismo de ficción. Como dice Verdú refiriéndose a este proceso y a las marcas que con su avanzadilla, se trata de “una marea poderosa que derrama múltiples puntos de vista contaminantes y a partir de los cuales la ciudad, antes o después, trastorna su aspecto para atender a las visitas.”

David contra Goliat

El “Ayllu” es un café que abrió sus puertas hace ya casi cuarenta años a un costado de la Catedral. Con una decoración que se reduce a dos enormes lienzos de un artista cusqueño y un mobiliario franciscano que no se diferencia en nada del de otros restaurantes o cafés de cualquier barrio de la ciudad, este café conquistó el paladar de los cusqueños con su pan con nata en el desayuno y sus sándwiches y pasteles, estos últimos horneados con una receta guardada bajo siete llaves por la propietaria, la señora Zoila Paz de Beltrán. Son pasteles, sobre todo la famosa “lengua de suegra” que han querido ser imitados por otros establecimientos, pero sin éxito.

Otros detalles no menos importantes completan el éxito de este local, como un personal que se ha mantenido estable a lo largo de décadas, precios que están al alcance del bolsillo de la clientela del lugar y la música clásica con que los propietarios regalan los oídos de los parroquianos. Fue así como poco a poco este café pasó a ser parte de numerosos rituales de la población cusqueña, como un desayuno después de la misa dominical o de la ceremonia de izamiento de la bandera o un lonche para celebrar algún acontecimiento familiar. Todo esto, sumado a una ubicación estratégica que domina la plaza, hizo que también los viajeros se encariñaran con el “Ayllu” al punto que un desayuno en este café pasó a formar parte obligatoria de una visita al Cusco.

El inminente cierre del “Ayllu”, que ha tenido que recurrir a un juicio para alargar su agonía, se debe a que el Arzobispado del Cusco ha recibido una oferta al parecer muy jugosa de una empresa del mismo rubro, pero con gran cantidad de dolarillos en el banco. Se trataría al parecer de la cadena norteamericana Starbucks, que ya metió la pata una vez abriendo un local en plena Ciudad Prohibida de Pekín, con lo que desató una ola de protestas de sus clientes en todo el mundo. Esta historia, que se prolongó siete años, terminó en setiembre del 2007 con el cierre del establecimiento y su reemplazo por un salón de té chino más apropiado para el conjunto de museos en que se ha convertido la antigua residencia de los emperadores del gran imperio oriental.

¡Difícil juzgar al Arzobispado por la decisión que ha tomado! ¡Difícil, en general, juzgar a cualquier propietario que quiera recibir mayores rentas de un bien! Pero sí se puede hacerle saber a Starbucks o cualquier otra franquicia que no serán bienvenidos en ese rincón donde late el Cusco irrepetible, ese que debemos conservar para que la ciudad mantenga su esencia y no se convierta en Incalandia.

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